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Ser mujer y ser migrante lo hace peor

En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, mujeres de distintas nacionalidades comparten su experiencia.

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Piedras Negras, Coahuila; 25 de noviembre.- Estefanía tiene 39 años y ocho meses de embarazo. Es originaria de Uganda, ubicado en África oriental, después de una travesía junto a su esposo que duró cuatro meses, desde la salida de su país hasta llegar a México, antes estuvieron en Brasil.

Con un español que denota los matices del portugués, que aseguró es su lengua materna, describió su tránsito desde Tapachula, Chiapas, hasta la Ciudad de México, después a Monterrey hasta llegar a la frontera, como “difícil y doloroso”.

Enfrentarse junto a su esposo al miedo, a la discriminación, al despojo de sus pertenencias por parte de autoridades, incluida su ropa e identificaciones, ser retornados a la frontera sur, caminar largas distancias en su condición de embarazo, la llevaron a flaquear, sin embargo resistió.

Entrevistada en el albergue para migrantes Frontera Digna de Piedras Negras, en donde esperaba su cita para solicitar asilo humanitario en Estados Unidos, señaló sentirse esperanzada al estar a punto de cumplir su mayor anhelo.                                                                                                                                

Sin patrocinadores ni familiares en territorio estadounidense, señaló que las dificultades económicas, la persecución y la discriminación fueron algunas de las causas que los animaron a migrar desde su continente a América, el sueño común de la población migrante. 

 

  | Estefanía, de 39 años, con ocho meses de embarazo, salió de Uganda, África, a Brasil, viajó a través de México hasta llegar a Piedras Negras para cruzar a EP, en donde le esperaba su cita para solicitar asilo humanitario en Estados Unidos.

 

No somos basura 

“Ser migrante y ser mujeres, lo hace aún peor, nos tratan con desprecio como si no tuviéramos valor, cuando no somos basura, somos seres humanos”, son palabras de Pamela, que junto a Jessica López, amiga de la infancia, salieron hace tres meses de su natal Quito, capital de Ecuador.

Cada persona que migra tiene una historia, la que las ha llevado a tomar la decisión de buscar nuevas oportunidades lejos de sus lugares de origen. 

Pamela y Jessica se dedicaban a la labor florícola en su país, sin embargo el cobro de “cuota de guerra” por grupos de la delincuencia, las obligó a huir al asegurar que era insostenible trabajar para “ellos” y no tener ni para comer para ellas y sus familias. 

 

   | Pamela y Jessica, originarias de Ecuador, huyeron de la “cuota de guerra” y los apagones masivos de su país, para ir en busca de mejor vida en Estados Unidos; el 22 de noviembre tuvieron su entrevista con autoridades migratorias de Estados Unidos.

 

A esto se sumaron los efectos de la crisis energética que ha sumido al país gobernado por Daniel Novoa, desde septiembre, en apagones prolongados de hasta 12 o 14 horas diarias, por deficiencias en el sistema eléctrico nacional.

Jessica tiene 31 años de edad y es madre soltera de cuatro hijos, interrumpe una videollamada con sus hijos, con los que hablaba a la distancia sin poder contener el sentimiento provocado por el distanciamiento físico.

Para las dos amigas hay una luz en el camino, después del calvario para llegar a la frontera, el 22 de noviembre, tuvieron su cita con las autoridades migratorias de Estados Unidos, en espera de que fueran aprobadas sus solicitudes antes de que inicie la administración del nuevo gobierno que ha anunciado medidas más estrictas contra la migración.

La situación fue distinta para Esther, originaria de Aguascalientes, México, en su caso, llegó a Piedras Negras con su esposo y dos hijos y después de tres días “se aventaron al río”.

“Me entregué a migración pero me deportaron, a mi esposo lo detuvieron y no he sabido nada de él”, dijo sin contener las lágrimas, ante el desespero de no saber cuándo se reunirán y la incertidumbre de no poder regresar a su estado.

“Una noche salimos huyendo, los malos llegaron porque se querían llevar a mi hijo mayor para reclutarlo, alcanzamos a salir y dijeron que si nos encontraban nos iban a matar”, la de Esther es una historia más por las que atraviesan las familias amenazadas por el crimen organizado en diferentes entidades del país.   

 

  | Esther, originaria de Aguascalientes, fue deportada y su esposo detenido cuando intentaron ingresar de manera irregular a territorio estadounidense por el río Bravo

 

Delmi Rosmery Munguía, de 22 años, madre de una menor de tres años y otro más de un año,, es originaria de Honduras, ella se vino “con la bendición de Dios”, dice, resguardada en Casa Betania que depende de la iglesia católica de Piedras Negras.

“Salí huyendo de mi país porque el padre de mi hija me la quería quitar y me amenazó con matarme si no le entregaba a mi pequeña, por eso decidí venirme y reunirme con mi papá y familiares que están en Estados Unidos”, a diferencia de Estefanía, Pamela y Jessica, Delmi no tiene certeza de conseguir pronto su cita para pedir asilo humanitario, pero sí esperanza.  

 

Delmi Rosmery Munguía, originaria de Honduras, tiene 22 años de edad y es madre de dos menores, salió de su país, tras sufrir amenazas de muerte del padre de su hija mayor.

 

Ser mujer y ser migrante                                                       

Al conmemorarse este 25 de noviembre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, de acuerdo a la resolución A/RES/54/134 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1999, representa una oportunidad para reflexionar en la vulnerabilidad a la que se ven expuestas las mujeres que son objeto de violencia y en el caso de las mujeres migrantes aún más.

Por lo anterior, desde hace cuatro años, la Fundación Alternativas Pacíficas impulsa acciones de atención y acompañamiento a mujeres migrantes, sus hijos e hijas, que  han pasado por situaciones de violencia en su país, en su trayecto o en su estancia en la frontera.

Alternativas Pacíficas opera en colaboración con la agencia para refugiados ACNUR, con atención en Piedras Negras, Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo, en Tamaulipas, señaló Ángeles Rocha, coordinadora de psicología.

“Se atiende a mujeres que han vivido violencia generalizada de diferentes tipos, incluidas extorsiones, abuso de poder, violación de derechos humanos, dentro de los servicios que se les brindan destaca la atención psicológica, orientación legal, acercamiento a otro tipos de servicios, asistencia médica y acceso a sistemas reparatorios de justicia y algunos apoyos asistenciales”.

Al ser personas que en ocasiones han sido violentadas, para la fundación el reto es generar la confianza, una vez que la consiguen es posible acceder a ellas de forma más fácil y tengan apertura a compartir las experiencias que han recogido en el trayecto.

En 2023, por medio de este mecanismo, la fundación que tiene su sede en Monterrey, Nuevo León, logró acompañamiento terapéutico de 350 mujeres en las distintas fronteras en donde tienen alcance.

Por su parte, Isabel Turcios, religiosa que forma parte de la Red de Espiritualidad Franciscana, actual responsable de la casa Frontera Digna, reconoció que el apoyo de bienhechores, de la iglesia, organismos como Acnur, Médicos sin Frontera, Alternativas Pacíficas y la Cruz Roja Internacional, hacen posible que mujeres, niños y familias encuentren un espacio para encontrar descanso, aunque sea temporal.

“Nunca hemos negado ayuda a las personas migrantes, aquí ayudamos por igual a quien lo solicita, hemos ayudado a mujeres a dar a luz, con el apoyo de la Secretaría de Salud, todo el apoyo se ha conjuntado para hacer esta obra en un trabajo bien sacrificado, pero en lo que hacemos no estamos solas”. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

vcf

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